top of page

Economía y Sociedad

Capitalización. La revolución chilena que recorre el mundo

Noviembre 2025

Rusia

Por José Piñera, presidente del International Center for Pension Reform

Viernes Santo, 9 de abril de 2004. A las seis y media de la tarde ya había oscurecido. El tráfico en la autopista de Moscú hacia el suroeste era tan intenso que los automóviles avanzaban en ambas direcciones a paso de tortuga. Sin embargo, nuestro auto volaba a 140 kilómetros por hora. Viajábamos por un carril exclusivo de la avenida Kutúzovski de 12 pistas que conecta el Kremlin con la residencia de descanso de Vladimir Putin en Novo-Ogaryovo, a 32 kilómetros de Moscú.

 

La carretera fue construida en la década de 1950, siguiendo la ruta histórica por la que Napoleón abandonó Moscú aterido de frío en octubre de 1812.  A lo largo de ella se alzan majestuosos edificios estalinistas, levantados para los miembros de la élite soviética. El carril central está reservado exclusivamente para el presidente y para quienes él autoriza. La carretera refleja la jerarquía que organiza la vida en Rusia bajo una estructura vertical. Los gobernantes comunistas disfrutaron durante décadas de ese privilegio extraordinario y costoso que sería impensable en cualquier país capitalista de Occidente, ya sea para un multimillonario o para un político. Y, sin embargo, los dirigentes de la nueva Rusia surgida de la caída de la Unión Soviética han considerado conveniente mantenerlo.

Foto Putin-JP.png

Estaba en Moscú participando en una conferencia organizada por nuestro Cato Institute sobre reformas de libre mercado. La conferencia había concluido ese mismo día con un almuerzo, tras tres jornadas de intensos debates con una audiencia compuesta por la élite intelectual de Rusia. Entonces, Andrei Illarionov, asesor económico presidencial, nos comunica que el presidente Putin deseaba sostener una sesión privada de intercambio de ideas con el grupo de reformadores que asistía a la conferencia, y que quería hacerlo esa misma noche, no en el Kremlin -a pocas cuadras de nuestro hotel- sino en la tranquilidad de su dacha en Novo-Ogaryovo.

 

En la dacha

 

El presidente Putin nos esperaba en una sala de reuniones de la casa barroca que utilizaba los fines de semana. Nos sentamos de inmediato alrededor de una gran mesa y, acto seguido, entró un grupo de periodistas. Illarionov nos presentó brevemente, y luego Putin me pidió que explicara cómo Chile había transitado de una economía socialista a una de libre mercado, y si había lecciones en esa experiencia para Rusia. Habló en ruso e Illarionov tradujo. Tuve la clara impresión de que había leído mi ensayo “A Chilean Model for Russia”, publicado en Foreign Affairs tras mi primera visita en el año 2000, donde defendí con fuerza las reformas de libre mercado que permitirían a Rusia acelerar el crecimiento de su economía y establecer las instituciones básicas de una sociedad libre. Putin permitió que los periodistas permanecieran en la sala durante mi explicación.

Imagen The Moscow Times.jpeg

El lunes siguiente, en la primera página del prestigioso The Moscow Times, bajo el título “World’s Reformers Pay Putin a Visit”, la periodista Catherine Belton resumió así la reunión:

 

“El presidente Vladimir Putin sostuvo hasta altas horas de la noche del viernes una sesión de intercambio de ideas con algunos de los principales reformadores liberales del mundo, mientras intensifica su esfuerzo por cumplir su promesa de duplicar el PIB en diez años. Entre quienes se reunieron alrededor de una mesa oval durante casi cuatro horas en la residencia de Putin en Novo-Ogaryovo, rodeada de árboles, estaban economistas cuyas reformas liberales en sus respectivos países impulsaron el rápido crecimiento que Putin busca alcanzar en Rusia.

 

Entre quienes llamaron al Presidente a tomar medidas más radicales se encontraba José Piñera, exministro del Trabajo y Previsión Social de Chile, conocido como el ‘Padre de la Reforma de Pensiones’ por haber impulsado el sistema de capitalización individual que desató un rápido crecimiento económico. Piñera había visitado Moscú por primera vez cuatro años antes, poco antes de la investidura de Putin. Piñera asombró al mundo en 1980 al promulgar una innovadora ley de pensiones en Chile que permitió a cada trabajador abandonar el sistema estatal de reparto y depositar sus contribuciones individuales en un fondo administrado privadamente. Desde entonces, decenas de países -entre ellos Kazajistán- han seguido su ejemplo.

 

También participaron en la conversación sobre los engranajes del cambio económico Ruth Richardson, exministra de Finanzas de Nueva Zelanda, cuya firme postura frente a la inflación y la burocracia ayudó a impulsar un auge económico; Mart Laar, exprimer ministro de Estonia, artífice de las transformaciones liberales en su país; y Grigory Marchenko, viceprimer ministro de Kazajistán, cuyos esfuerzos por liberar la economía mediante reformas administrativas y un sistema previsional inspirado en el sistema chileno, a fines de la década de 1990, permitieron que su nación superara a Rusia y se convirtiera en la de mayor crecimiento de todo el espacio postsoviético. También asistieron Edward Crane, presidente del Cato Institute; Yelena Leontyeva, asesora económica del gobierno de Lituania; y Arnold Harberger, quien ha sido profesor de numerosos líderes económicos en la Universidad de California.

 

La reunión, realizada en el salón del segundo piso de la mansión columnada de Putin, solo estuvo abierta a la prensa durante la primera hora, en la cual Piñera expuso sobre la reforma previsional. Piñera le enfatizó a Putin que ‘para lograr un alto crecimiento, hay que realizar una reforma de libre mercado completa, sin medias tintas’. Le explicó que la plena reforma de pensiones fue clave para duplicar el PIB en Chile, y que ‘una vez iniciado ese proceso, en veinte años se puede cuadruplicar el PIB. Si hace eso, creará un nuevo país”.  Y le añadió que “Rusia se mueve en la dirección correcta, pero los pasos son demasiado pequeños y no lo bastante decisivos”. Putin pareció apreciar los comentarios de Piñera”.

 

En el Bolshói

 

Al finalizar la reunión, el presidente Putin me preguntó si podía hacer algo para mejorar mi estadía en Rusia. Le confesé que sabía que el Teatro Bolshói presentaría al día siguiente una función especial de los ballets de George Balanchine, con motivo del centenario del gran coreógrafo ruso, y que no había podido conseguir entradas, pues todo Moscú parecía ansioso por asistir. Me dijo que vería qué podía hacer.

 

Andrei Illarionov me despertó al día siguiente con una llamada telefónica. El presidente me hacía una oferta que no podía rechazar: utilizar el balcón presidencial, ya que él permanecería en su dacha y no iría al teatro.

 

Así presencié la función más maravillosa de ballet. Desde el antiguo balcón imperial disfruté seis ballets de Balanchine interpretados por las mejores bailarinas de Rusia: “Concerto Barocco” de Bach, “Sinfonía en Do mayor” de Bizet, “Pas de deux” de Delibes, “Agon” de Stravinsky, “Pas de deux” de Chaikovski y “Tarantella” de Gottschalk.

 

En el Moscow Times

 

De regreso en Chile, el The Moscow Times me pidió escribir una columna sobre el próximo discurso del Estado de la Nación de Putin. Acepté de inmediato, pues me ofrecía la oportunidad de reiterar los temas centrales que había enfatizado en la dacha y subrayar la necesidad de un plan de transición hacia la plena democracia y el imperio de la ley.

 

Aquí el texto completo, publicado el 28 de mayo de 2004:

 

“En su discurso, Putin prometió dedicar todos sus esfuerzos a alcanzar una tasa de crecimiento del 7% anual. En un punto fundamental tiene razón: ese es el único camino para reducir sustancialmente la pobreza y ofrecer prosperidad a todos. Para lograrlo, debe liberar las energías creativas de su pueblo. No solo podría legar una economía el doble de grande, sino que su herencia podría asegurar que, en veinte años, esa economía se cuadruplicara. Eso permitiría alcanzar un nivel económico y político acorde con los extraordinarios logros culturales de Rusia.

 

Pero el elemento clave para concretar esa visión es comprender que la libertad económica bajo el imperio de la ley es la vía hacia el alto crecimiento. Debe implementar las reformas estructurales necesarias para la transición hacia una economía moderna y libre, y hacerlo de manera coherente. Como alguien dijo, ‘la tercera vía’ -es decir, las reformas a medias- solo garantizan que un país siga siendo parte del Tercer Mundo. Para que Rusia crezca de forma sostenida al 7% anual durante dos décadas, el principio rector debe ser eliminar el sistema de privilegios sancionados por el Estado que domina la economía.

 

Una reforma esencial es la del quebrado sistema de pensiones. Una que permita a los rusos tener propiedad y control real sobre sus ahorros previsionales, e invertirlos dentro y fuera del país. Ello enviaría una poderosa señal sobre la apertura de la economía. Además, demostraría el compromiso del gobierno con la libre circulación de capitales, lo que a su vez fomentaría una mayor inversión extranjera. Si se hace bien, y se acompaña de avances en áreas como la regulación de los mercados de capitales, la creación de un mercado hipotecario que favorezca la movilidad laboral y la protección de los derechos de los accionistas minoritarios, la reforma previsional puede generar un círculo virtuoso de inversión y crecimiento. Pero su mayor impacto es el cambio de paradigma que produce al crear un país de trabajadores-propietarios que valoran los mercados y las mentes libres. En pocas palabras, el ascenso del ‘capitalismo de los trabajadores’ pondría a Marx de cabeza.

 

El principal obstáculo a las reformas, sin embargo, puede ser la resistencia de los intereses especiales cuyos privilegios terminarían en una economía competitiva y transparente. Algunos empresarios podrían oponerse a la competencia real y a una tributación pareja; algunos sindicatos, a un mercado laboral más flexible; y algunos burócratas, al impulso hacia un Estado más pequeño y eficiente. Superar esos obstáculos requiere un programa económico coherente y una apelación directa al pueblo. Si el gobierno comunica con claridad los objetivos, costos y beneficios de las reformas, y enfatiza que buscan eliminar privilegios para todos por igual, se hará difícil que los intereses especiales prevalezcan. Una vez que el opaco proceso de formulación de políticas se expone al escrutinio del debate público y de los medios, resulta muy difícil que los grupos enquistados exijan monopolios, protecciones y subsidios al Estado.

 

El Presidente fue reelegido con más del 70% de los votos, cuenta con el respaldo político de la Duma, y -como puedo atestiguar tras haber participado en la sesión de reflexión con él el mes pasado- está abierto a nuevas ideas para resolver los viejos problemas de Rusia. Debería tender puentes incluso hacia quienes lo han criticado por desear una liberalización más rápida.

 

Putin puede empezar a construir ese futuro encendiendo una revolución de la libertad que convoque las energías de todos los rusos. Además, los avances tecnológicos de la era de la información continúan exponiendo a la sociedad rusa a nuevas ideas, productos e innovaciones, lo que hace cada vez más difícil el control central de la economía. Y el país podrá beneficiarse de su inmensa riqueza en recursos naturales y de su población bien educada una vez que se establezcan las políticas e instituciones adecuadas: el Estado de derecho, la libertad de expresión, la protección de las libertades civiles y una firme oposición a todo tipo de terrorismo.

 

Un rápido crecimiento económico y la reducción de la pobreza harían de Putin un buen presidente, tal vez incluso un muy buen presidente. Pero para ser un gran presidente, también debería anunciar que seguirá el ejemplo de los Padres Fundadores de los Estados Unidos y servirá solo dos mandatos, el único antídoto contra los peligros del poder prolongado. Hay que recordar la advertencia de Alexander Pushkin:

 

‘Oh reyes, debéis vuestro cetro y mandato a la ley, no a la naturaleza; mientras vosotros estáis por encima de la nación, la ley inmutable está aún por encima de vosotros.’

 

Lo que Rusia necesitaba a comienzos del siglo XX no era una revolución bolchevique, sino una americana. La tragedia fue que tuvo un Lenin en lugar de un Jefferson. Putin tiene hoy la oportunidad histórica de anclar la nueva Rusia en los valores de la libertad y la igualdad ante la ley. Si lo hace, los ciudadanos de Rusia bien podrían considerarlo el fundador de la Rusia moderna. Veremos".

 

La pasión por el poder

 

El presidente Putin realizó valiosas reformas en su primer mandato. Como lo ha explicado Leon Aron, experto en Rusia del American Entreprise Institute, introdujo un sistema parcial -aunque muy imperfecto- de capitalización.

 

Pero no estuvo dispuesto, o no pudo, seguir el sistema chileno de reformas de libre mercado, democracia y Estado de derecho (véase mi libro “Una Casa de Libertades. Cómo construimos una democracia madisoniana en Chile”). Concentró demasiado poder y no creó las “instituciones de la libertad” indispensables para el buen funcionamiento de una democracia limitada.

 

Al final del día, Vladimir Putin -a diferencia de los generales Washington y Pinochet- no quiso abandonar voluntariamente el poder. En cierto sentido, no quiso abandonar el carril exclusivo que conecta su dacha con el Kremlin. La pasión por el poder fue más fuerte.

bottom of page