Los verdaderos responsables
de la violencia
Por Cristián Warnken, poeta y escritor (El Mercurio, 21.10.21; extracto)
Fernando Atria (convencional del Frente Amplio) afirma que “la violencia de 2019 la podemos ver como algo que abrió la puerta a una oportunidad que hoy todos celebramos”.
Lo que más sorprende es la impasibilidad con que Atria sostiene esa barbaridad. Si la violencia obscena que vimos esplender este lunes ha sido posible, ha sido justamente por el aval teórico que algunos intelectuales se han apresurado a darle desde el comienzo, desde la destrucción del Metro en octubre del 2019.
Es fácil justificar esa violencia tomándose un whisky en el living de una casa, en un condominio de un barrio acomodado, sin haber sufrido en carne propia los daños que esa violencia provoca, tal como lo describen los vecinos y pequeños comerciantes de los sectores “sacrificados”, víctimas que este indecente discurso intelectual pretende invisibilizar, como si algunos ciudadanos merecieran la compasión y el apoyo ante la violencia y otros no.
Atria y todos los intelectuales y profesionales de la política que han practicado un voyerismo con los pavorosos y terroríficos hechos de destrucción nihilista convertidos en moda, e incluso en algunos casos en entretención, y que han contribuido a funar a quienes desde un comienzo han condenado esa violencia sin ambigüedades, son más responsables de esta violencia que esos jóvenes enajenados y encapuchados, muchos de los cuales han sido intoxicados por profesores, intelectuales y dirigentes políticos con delirios refundacionales y con la “romantización” de la violencia obscena.
Les han proveído de una estética y una ética, y de un pensamiento político para darle sentido a la destrucción nihilista; de alguna manera, los han usado como “carne de cañón” de sus frustrados ensueños jacobinos.
Al menos esos jóvenes han arriesgado sus vidas en esas acciones; estos intelectuales y profesionales de la política, en cambio, no han arriesgado nada: viven de sueldos fijos, no tienen que levantarse todos los días a sostener heroicamente sus pequeños negocios y no usan ni el Metro ni los servicios públicos que sus “discípulos” incendian o destruyen. Y si el país entra en decadencia, podrán ir a seguir doctorándose en conspicuas universidades extranjeras.
Lo que necesitamos hoy en Chile con urgencia son pensadores lúcidos que entiendan lo peligrosa que puede ser la inteligencia cuando esta se pone al servicio de la violencia política, un acelerante más letal de la destrucción que una simple bomba molotov