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Archivo "Cartas al Director"

Economía y Sociedad № 100
Julio - Septiembre 2019

Inmigración para el crecimiento

(Carta al Director, Economía y Sociedad Nº 65, octubre 1987)

Estimado señor Director,

 

Lo felicito encarecidamente por el editorial “Inmigración para el crecimiento” publicado en la edición de Septiembre último. El tema me ha preocupado y aún apasionado desde antiguo. Lo he estudiado en sus dos aspectos: la emigración de chilenos de alto nivel profesional hacia el extranjero, principalmente hacia EE.UU., y la inexistencia de una política de atracción de emigrantes calificados, desde fines del siglo pasado, esto es, desde que Chile cerró la “Agencia de Colonización” que mantenía en Europa. Ambos aspectos configuran el anverso y el reverso de una misma moneda. Por una parte, la impasibilidad ante la evidencia de que la mayor fuente de riqueza de las naciones consiste hoy en la inteligencia y los buenos hábitos de quienes habitan su territorio y no en los recursos naturales que allí existen o pueden existir.

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Mi adhesión desde siempre a los conceptos desarrollados en la editorial de su revista me condujo, mientras serví la Embajada de Chile en los EE.UU., durante la presidencia de don Jorge Alessandri, a investigar la dimensión y las causas de la “fuga de cerebros” que ha afectado a Chile desde hace unas décadas. Ocupamos más de un año en detectar quienes eran los chilenos que detentaban altas posiciones en la universidades, empresas, etc. de los EE.UU. Ni el tiempo ni el espacio permiten detenerse en un análisis pormenorizado de tales respuestas. Bastará registrar solo dos conclusiones:  a) La mayor parte deseaba vivamente regresar a Chile; b) El principal obstáculo para hacerlo no radicaba en el predecible deterioro de sus remuneraciones, sino en el convencimiento de que aquí no tendrían acogida las innovaciones que su mejor capacitación les imponía al menos intentar, dentro de las reconocidas limitaciones del medio.


Para explicarlo y, en rigor, para excusar la oposición a ocuparse del tema, generalmente se aduce, en primer término, que resultaría tan absurdo como dañino atraer emigrantes, en circunstancias de que aquí existe un alto índice de desempleo. La objeción es manifiestamente inaceptable: la experiencia demuestra que un núcleo seleccionado de inmigrantes “produce” empleos, en lugar de arrebatarlos a los residentes. De acuerdo con los datos publicados por el infatigable investigador don Emilio Held y el señor Jean-Pierre Blancpain, el total de la inmigración alemana que llegó a Chile en el período 1840-1897 fue de 10.062 personas, de las cuales aproximadamente un tercio eran menores de edad y un quinto mujeres, se trató de un contingente compuesto por labriegos, toneleros, tejedores, curtidores, carpinteros, entre otros, quienes incorporaron al progreso de la República todo el territorio que se extiende desde Valdivia a Puerto Montt.
 
Resulta igualmente válido afirmar que sin los reducidos pero determinantes aportes de yugoslavos, ingleses, libios y palestinos, la riqueza desde Antofagasta hacia el Norte no existiría o sería sumamente precaria. Sin los suizos, no habría agricultura ni industria en Traiguén. Sin los italianos, escoceses, alemanes, lituanos, rumanos, polacos, irlandeses, yugoslavos, españoles, Punta Arenas y Tierra del Fuego continuaría siendo la estepa estéril que divisó Darwin y otros viajeros europeos de mediados del siglo pasado.
 
Sin el yanqui Wheelright no habríamos sido los primeros en tener ferrocarriles en América Latina. Los franceses dominaban el comercio de la moda y dictaban las ideas y hasta el estilo de vida de las capas dirigentes.

¿Nuestra raza, nuestra cultura?  Por cierto que gran parte de la masa proviene de la mezcla aborígen e hispánica. Pero, basta leer la prensa diaria para advertir hasta qué punto esa masa ha sido enriquecida con ingredientes de la más variada procedencia. Desde el año 1920, han sido Presidentes de la República dos señores Alessandri, un Frei (Frey en Suiza), un Allende Gossens y un Pinochet.
 
¿Nuestra manera de ser?  Hay demasiadas evidencias de que nuestro “ser cultural” ha sido modelado por contribuciones tan variadas como importantes a la materia prima indo-española.

Don Andrés Bello era venezolano, en buena hora contratado para venir a Chile cuando residía y ejercía su magisterio en Londres.

El Instituto Pedagógico, cuna de todos los grandes maestros chilenos, fue creado en 1889 por 6 profesores alemanes contratados por nuestro Gobierno por ser sobresalientes en sus respectivas disciplinas. El único fundador chileno se llamaba Enrique Nercasseaux y Morán.  La idea misma de crear dicho instituto provino 46 años antes de un polaco, don Ignacio Domeyko.

Sin las expediciones, mapas y planos del aristócrata, botánico, geógrafo y aventurero, don Bernardo Phillipi, y del prodigioso Vicente Pérez Rosales, que se le asemejaba en aficiones, no habría podido atraer y dirigir la instalación de los germánicos desde Valdivia a Mellipulli (Puerto Montt). Y sin otro Phillipi, el doctor Rodulfo Armando graduado en la Universidad de Berlín no se habría establecido en los viejos claustros del Instituto Nacional, la sede de la Escuela Medicina de la Universidad de Chile, en la cual dictaba la Cátedra de Botánica y servía sin sueldo la de Zoología, acompañado por sus compatriotas Johow, Schneider y Brunner. Otros científicos alemanes, Moesta, Auwers, Künster y Kempft, establecieron los dos primeros observatorios astronómicos chilenos, uno en 1852 en la cumbre del cerro Santa Lucía, y el otro 30 años más tarde en Punta Arenas.

Existen evidencias de que científicos extranjeros han solido ser los más profundos, constantes  y apasionados investigadores de nuestros ancestros. El Padre Martin Gusinde de la Orden del Verbo Divino dedicó años al estudio de la antropología, etnología y lengua de las cuatro razas fueguinas:  los Alacalufes, Onas, Hauf y Yamanas.

Es obvio que sin Koerner, el ejército chileno no habría sido lo que fue y continúa siendo.  Sin O’Higgins, educado en Inglaterra, y Lord Cochrane, nuestra armada no tendría la condición que orgullosamente reserva. Sin los enólogos franceses contratados por los Ochagavía, los Cousiño y otros nativos, incluyendo entre éstos un Subercaseaux, las viñas chilenas permanecerían en un estado de barbarie inexplorable e inexportable.

Sin el religioso aquitano Emile Vaïsse (Omer Emeth) no habría existido Alone y, con la ausencia de ambos, la crítica literaria chilena habría perdido a los maestros que la presidieron durante casi un siglo. La escuela de escultura fue fundada en 1857 por Auguste Francois. El Palacio de Bellas Artes fue erigido de acuerdo a los planos de Emile Jacquier.

De paso por Chile en la post-Segunda Guerra Mundial, Kurt Joos nos introdujo en las nuevas formas, luces y poses del expresionismo alemán en ballet.  Dos de sus mayores estrellas, Ernest Uthoff (quien recibiera el Premio Nacional de Artes hace dos años), y su mujer Lola Bodka regresaron a Chile para fundar el Ballet Nacional.

Por último, junto a todos los afluentes aludidos,  más recientemente hemos recibido las importantes contribuciones hechas al comercio y a la industria por los judíos que huyeron de la Alemania de Hitler, y los asilados españoles de ambos bandos.

Estos breves apuntes tienden a demostrar que sin la inmigración recibida este país sería mas pobre y ciertamente menos “chileno” que lo que es.

Sergio Gutiérrez Olivos (1920-1993), exembajador de Chile en los Estados Unidos

 

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