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Dossier Refundación Democracia

Economía y Sociedad № 96
Julio-Septiembre 2018

George Washington

Por Bruce Kauffmann, historiador

“No derroté a George III de Inglaterra para convertirme en George I de Estados Unidos”, George Washington, 23 de diciembre de 1783.

El 19 de octubre de 1781, en Yorktown, Virginia, el General George Washington y su improvisado Ejército Continental derrotó a Inglaterra, el mayor poder militar del mundo en ese momento, y conquistó así la independencia para los Estados Unidos. El pueblo norteamericano elevó a Washington a la categoría de padre y salvador del naciente país. Le ofrecieron todos los honores que un hombre puede alcanzar. Incluso le ofrecieron ejercer el poder absoluto, incluyendo el poder de un rey.

Sin embargo, el 23 de diciembre de 1783, Washington reaccionó a estas ofertas de asumir poderes ilimitados y renunció como Comandante en Jefe del Ejército, declinó el trono que le era ofrecido, dijo que no a nuevos cargos públicos y retornó a su campo en Mount Vernon, Virginia a continuar su vida como agricultor.

Desde Cincinnatus, en los tiempos romanos, que un general victorioso no renunciaba voluntariamente al poder para regresar a su vida privada. Fue un acto que asombró al mundo y a sus conciudadanos. Fue también el acto de un hombre que entendió muy bien en qué consiste el poder.

Washington rechazó la oferta de asumir poderes de un rey porque sabía que sus compatriotas, a pesar de su enorme gratitud con él por la victoria alcanzada, no tenían ningún deseo de reemplazar a la monarquía británica por una monarquía norteamericana.

Washington estaba convencido de que la autoridad suprema de la nación pertenecía, en último término, al pueblo norteamericano. Esto es, la autoridad civil está por encima de toda otra autoridad.


Washington comprendió el peligro de entregar poderes absolutos a un solo hombre. Sus años como comandante del Ejército Continental le habían enseñado lo sabio que es empoderar a sus subordinados militares. Mientras él siempre tomaba la decisión final, sus consejos de guerra eran abiertos a la discusión y él estimulaba a cada uno a plantear sus puntos de vista libremente, los cuales siempre tomaba en cuenta.

Y fue la profunda comprensión de Washington acerca del poder que, seis años después, en 1789, por unanimidad fue elegido el primer presidente de los Estados Unidos.

Washington había apoyado reemplazar los débiles Artículos de la Confederación, que habían gobernado al país desde el comienzo de la guerra de independencia, por un fuerte gobierno federal. El creía que solo un gobierno federal con poderes reales podía balancear y unir a las 13 colonias, ahora Estados. Pero Washington sabía que este tipo de gobierno tenía nerviosos a sus compatriotas porque no se había probado en la práctica y porque tendría poderes independientes, y muchas veces contrapuestos, a los poderes de los Estados y a los de gobiernos locales.

Washington sabía que en la única persona que sus compatriotas confiaban para probar este nuevo sistema de gobierno, era él. Así, aunque con mucho recelo y distancia, finalmente aceptó ser postulado a la primera magistratura de los Estados Unidos.

¿Por qué confiaban en él? Porque los norteamericanos sabían que el usaría el poder pensando siempre solo en el bien del país, y no para sí mismo. En este sentido, la decisión de Washington de renunciar al poder militar y civil en 1783 y regresar a su campo, fue verdaderamente única. El aseguró su lugar en la historia no por tomar el poder, sino por renunciar a él.



 

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