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Economía y Sociedad

Capitalización. La revolución chilena que recorre el mundo

Noviembre 2025

Estados Unidos

Por José Piñera, Distinguished Senior Fellow, Cato Institute (Cato Policy Report, enero 2016)

Son la 1 de la madrugada y Bill Clinton me pregunta a mí y a Dottie: “¿Qué sabes sobre el sistema chileno de pensiones?”, cuenta Richard Lamm, quien fuera gobernador de Colorado por tres períodos. Era marzo de 1995, y Lamm y su esposa estaban pasando el fin de semana en el dormitorio Lincoln de la Casa Blanca.

 

Leí sobre esta sorprendente conversación de medianoche en un artículo en la revista Newsweek firmado por Jonathan Alter (13 de mayo de 1996), mientras esperaba en el aeropuerto de Dulles por un vuelo hacia Europa. El artículo también decía que temprano, a la mañana siguiente, antes de que saliera a correr, el presidente Clinton se las arregló para que un informe especial sobre el sistema chileno, producido por su equipo, fuera deslizado debajo de la puerta de Lamm.

 

Esa noticia atrajo mi interés. Tan pronto como regresé a Estados Unidos, fui a visitar a Richard Lamm. Quería conocer las circunstancias exactas en las que el presidente de la primera potencia mundial involucró a un colega exgobernador en un intercambio sobre el sistema chileno.

Con Lamm compartimos un café en la terraza de su casa en Denver. No solo fue el anfitrión más amable para este curioso chileno, sino que también demostró estar profundamente motivado por el tema del envejecimiento y el futuro de Estados Unidos. Tuvimos entonces una intensa conversación. Al final, me atreví a pedirle una copia del informe que Clinton le había entregado. Estuvo de acuerdo en entregármelo con la condición de que no lo hiciera público mientras Clinton fuera presidente. También me dio una copia de una nota autografiada en un papel oficial de la Casa Blanca, fechada el 21 de marzo de 1995, que acompañaba el informe deslizado debajo de su puerta. Decía: “Dick, perdón, no te pude ver en la mañana. Fue grandioso tenerte a ti y a Dottie. Aquí está el material sobre Chile que te mencioné. Lo mejor, Bill”.

 

Tres meses antes de ese intercambio entre Clinton y Lamm sobre el sistema chileno de pensiones, tuve una comida muy conversada en Santiago con el periodista Joe Klein de la revista Newsweek. Unas pocas semanas después, escribió un fascinante artículo titulado “¿Si Chile puede hacerlo…no podría Estados Unidos privatizar su sistema de seguridad social?”  Concluía manifestando que “el sistema chileno de pensiones… es tal vez la primera política social significativa que emana del hemisferio sur” (12 de dieciembre de 1994).

 

Tengo razones para pensar que probablemente este artículo atrajo la atención de Clinton y, dada su pasión por las políticas públicas, se convirtió en casi un experto en el sistema de capitalización de Chile. Clinton conocía a Klein, quien cubrió la carrera presidencial de 1992 y en forma anónima escribió el bestseller Primary Colors, un levemente velado registro de la campaña de Clinton.

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“La madre de todas las reformas”

 

Mientras estudiaba para un master y un doctorado en Economía en la Universidad de Harvard, me enamoré del experimento único de libertad y gobierno limitado de Estados Unidos. En 1835 Alexis de Tocqueville escribió el primer volumen de Democracy in America, con la esperanza de que muchos de los saludables aspectos de la sociedad norteamericana pudieran ser exportados a su nativa Francia. Yo soñaba con exportarlos a mi querido Chile.

 

Una vez concluido mi doctorado en 1974 y, mientras disfrutaba en plenitud mi posición como Teaching Fellow en Harvard y profesor en la Boston University, tomé la más difícil decisión de mi vida: regresar para ayudar a mi país a recuperar su economía y su democracia destruidas, siguiendo el ejemplo de los principios e instituciones creados en Estados Unidos por los llamados “Padres Fundadores”. Poco tiempo después asumí como ministro del Trabajo y Previsión Social y, en 1980, creamos el sistema de capitalización con cuentas personales de ahorro para la vejez.

 

En algún momento durante el siglo XX, la cultura de la responsabilidad individual que hizo a Estados Unidos una nación grande y libre, fue diluida por la creación de un Estado de Bienestar, con aspectos que imitaban el crecientemente fallido Estado de Bienestar europeo. Lo que Estados Unidos necesitaba, a mi juicio, era un regreso a lo esencial de la Revolución Americana, a los principios fundantes del gobierno limitado y de la responsabilidad personal.

 

En cierta forma, los principios que Estados Unidos ayudó a exportar exitosamente a Chile a través de un grupo de economistas de libre mercado, necesitaban ser reafirmados en el propio Estados Unidos, a través de una reforma estructural profunda, coherente con esos principios.

 

Estaba convencido de que el nuevo sistema chileno de pensiones, por estar basado en principios universales, podía exportarse al mundo.

 

Una vez que culminó exitosamente la transición a la democracia que habíamos diseñado en la Constitución de 1980, y una vez que hice todo lo posible para asegurar la estabilidad del modelo económico y las modernizaciones sociales, incluyendo mi propia campaña presidencial “educativa” de 1993, para defenderlas y explicarlas, decidí dedicar mi vida a compartir el sistema de capitalización chileno por todo el mundo.

A comienzos de 1995, cuando el presidente Clinton estaba teniendo conversaciones de medianoche sobre el sistema chileno, recibí una extraordinaria invitación que sería clave en mi lucha en Estados Unidos. Ed Crane, cofundador y presidente del Cato Institute, el think tank libertario más influyente del mundo, me honró nombrándome Distinguished Senior Fellow y copresidente del Social Security Choice Project. Acepté de inmediato con tanto entusiasmo como alegría.

 

El Cato Institute había publicado estudios sobre Seguridad Social y cuentas individuales desde 1979, basado en los trabajos de James Buchanan que también era Distinguished Senior Fellow del Instituto junto con Friedrich Hayek, ambos premios Nobel de Economía.

 

En los años siguientes, viajé intensamente por todo Estados Unidos compartiendo la experiencia chilena en conferencias, encuentros, reuniones públicas, audiencias en el Congreso y entrevistas en los medios de comunicación. Me impresionó la receptividad y apertura mental del público, pero lo que Milton Friedman llamó “la tiranía del status quo” hacía difícil para los líderes políticos adoptar esa solución para el creciente problema de la Seguridad Social.

 

En enero de 1996, Mack McLarty, el enviado especial para las Américas del presidente Clinton y su exjefe de gabinete, viajó a Chile y quiso conocer de primera mano sobre el éxito del primer sistema integral de cuentas personales de ahorro para la vejez. Nos reunimos durante largas horas y me preguntó tanto sobre los principios como sobre los detalles del sistema. Unas pocas semanas después, recibí una carta de él con un entusiasta mensaje:

 

“José, sin ninguna duda, la reforma al sistema de pensiones de Chile ha sido un factor que ha contribuido en forma clave -algunos lo llaman la madre de todas las reformas- al actual éxito económico de Chile. La reforma al sistema de seguridad social que tú desarrollaste y por el cual luchaste ha dejado a tu país con una base estable para el futuro. Aunque las experiencias chilenas y norteamericanas son diferentes en varios sentidos clave, creo que podemos aprender mucho de la audaz iniciativa de tu país, que es ampliamente envidiada a lo largo del hemisferio”.

 

En su mensaje sobre el Estado de la Unión, en enero de 1998, el presidente Clinton advirtió al país sobre la próxima crisis de la Seguridad Social y llamó a un debate abierto sobre la necesidad de reformas: “Sostendremos en diciembre una cumbre en la Casa Blanca sobre Seguridad Social. Y a un año a partir de ahora, convocaré a los líderes del Congreso a trabajar en una histórica legislación bipartidista para lograr un hito para nuestra generación, un sólido sistema de Seguridad Social para el siglo XXI”.

 

Al escuchar el discurso comprendí que tenía que llegar hasta el mismo presidente. Conociendo la reputación de Clinton como un voraz lector, resolví escribirle una carta abierta en un diario importante al que seguramente le prestaría atención. Ese abril, en una conferencia en Tokio organizada por el Instituto Cato y la influyente Keidanren, la asociación de empresarios de Japón, le comenté mi idea de una carta abierta a un colega conferencista, George Melloan del Wall Street Journal. Me dijo que era muy inusual publicar una nota como esa, pero después de leer un borrador aceptó entusiasmado. Melloan me pidió enviarla por fax a la columnista Mary O’Grady en Nueva York. Desde el Hotel Imperial, con mi colega Bob Borens del Cato, pasamos toda la noche intercambiando faxes entre Tokio y Nueva York, revisando cada coma de mi carta hasta que todos estuvimos plenamente satisfechos. La carta abierta fue publicada en la página editorial el 10 de abril de 1998.

 

Cumbre en la Casa Blanca

 

Mis expectativas fueron superadas cuando a los pocos días recibí una invitación de Gene Sperling, el asesor de políticas económicas del Presidente, haciéndome la extraordinaria invitación a hablar en la próxima “Cumbre de la Casa Blanca sobre Seguridad Social”. El público serían líderes de la sociedad civil, expertos de think tanks y universidades, dirigentes gremiales y una delegación de 60 senadores y miembros de la Cámara de Representantes, así como el equipo económico del gobierno. La apuesta era alta. En una conferencia de prensa el 2 de diciembre de 1998, en la semana previa a la cumbre, Sperling declaró: “La realidad política es que 1999, al ser un año sin elecciones y con un Presidente demócrata en su segundo período, ofrece una oportunidad única para una reforma estructural, especialmente dada la sólida situación fiscal”.

 

Me sentí muy honrado con esta invitación, especialmente considerando que era el único de los cinco expositores que no tenía un pasaporte estadounidense. Estaba consciente del desafío crucial de ese discurso. En solo unos minutos, expliqué el sistema chileno, sus fundamentos, la transición y por qué tenía relevancia para Estados Unidos:

 

“Cada trabajador chileno tiene una cuenta personal de ahorro para la vejez, y yo también tengo una. El trabajador coloca su aporte mensual en su cuenta y puede saber en cualquier momento cuánto dinero tiene ahorrado y cuánto ha ganado por rentabilidad de sus fondos. Al acumular ahorros durante toda su vida laboral, los trabajadores pueden así beneficiarse de una de las fuerzas más poderosas del universo: la fuerza del interés compuesto.

 

Le dimos a cada trabajador la posibilidad de permanecer en el antiguo sistema de reparto o trasladarse al nuevo sistema, entregándoles Bonos de Reconocimiento a los que decidieran cambiarse. Más del 90% de los trabajadores chilenos eligieron libremente el sistema de cuentas personales de ahorro, en lugar del sistema de reparto.

 

Creo que este sistema le haría bien a Estados Unidos y puede hacerse porque este país tiene muchas ventajas. Hace 18 años, Chile no tenía mercado de capitales y ustedes tienen el mejor mercado de capitales del mundo. Hace 18 años, la tecnología de la información estaba todavía en su infancia, mientras que hoy la revolución tecnológica permite administrar millones de cuentas a un costo insignificante. Por último, me gustaría que mi hijo, que nació en Boston y tiene un pasaporte estadounidense, si decidiera trabajar en Estados Unidos, también pudiera tener una cuenta de ahorro para su vejez”.

 

La reforma no la expliqué principalmente como una contribución a los equilibrios macroeconómicos, o al desarrollo del mercado de capitales, aunque sí lo fue y de manera determinante. La expliqué reiteradamente por televisión como un paso crucial hacia convertir a todos los trabajadores en propietarios contribuyendo así a su dignidad, libertad y empoderamiento.

 

Dos meses después de la Cumbre, el presidente Clinton afirmó en el Estado de la Unión de enero de 1999:

 

“Nuestra disciplina fiscal nos da una inigualable oportunidad para enfrentar un extraordinario desafío: el envejecimiento de Estados Unidos. Con el número de estadounidenses mayores que se duplicará a 2030, el baby boom se convertirá en el senior boom (…) La mejor forma de mantener la Seguridad Social como una garantía sólida no es haciendo recortes drásticos en los beneficios, ni elevando las tasas de impuestos en las nóminas de sueldos (...) propongo una nueva iniciativa de pensiones para un retiro seguro en el siglo XXI. Propongo que usemos un poco más del 11% del superávit fiscal para establecer unas Cuentas de Ahorro Universales, “USA Accounts”, para darle a los estadounidenses los medios para ahorrar (…) los “USA Accounts”  ayudarán a todos los estadounidenses a compartir nuestras riquezas como nación y a disfrutar de una jubilación más segura”.

 

Las primeras salvas se habían lanzado: “Para establecer Cuentas de Ahorro Universales, USA accounts”. Esta era la primera vez que un presidente de Estados Unidos proponía la creación de cuentas de ahorro individuales para la vejez.

 

Pero ello no sucedería. Justo cuando Clinton se preparaba para este desafío se encontró inesperadamente sumido en el escándalo de Monica Lewinsky. El asunto fue, sin duda, un evento vergonzoso, pero fue el proceso de juicio político del presidente el que sepultó la posibilidad de esta reforma en ese momento.

 

El presidente sitiado no pudo entregar su propuesta. Como lo señaló un editorial de The New York Times el día después de su discurso, “considerando que el control republicano del Congreso y la batalla por el juicio político probablemente dejarán un gusto amargo, los planes del presidente son más bien un punto de partida para iniciar la conversación que un proyecto para el futuro”.

 

Aunque Clinton fue absuelto por el Senado y esto le permitió permanecer en el poder, la dura prueba agotó tanto su capital político como su resolución para emprender grandes reformas.

 

Clinton no impulsó ninguna gran legislación durante lo que le quedaba de su mandato. La bomba de tiempo de las pensiones no fue desactivada. Una oportunidad vital había sido desperdiciada.

 

En su libro de 2002 The Natural: The Misunderstood Presidency of Bill Clinton, Joe Klein, después de varias horas de conversaciones con el expresidente, llegó a la siguiente conclusión:

 

“Clinton estaba preparado, en el momento en que presentó su desafío de “Save Social Security First”, en su mensaje sobre el Estado de la Unión de 1998, a hacer algo que pocos presidentes habían hecho: terminar su segundo período con una despedida en alza por un logro significativo. Había domesticado al congreso Republicano. Había un gran superávit presupuestario para utilizar. ‘Ambos partidos estaban justo detrás de los grandes temas’, dijo Bruce Reed, el asesor de asuntos internos de Clinton y ‘podríamos haber agregado una opción de cuentas individuales en el sistema de Seguridad Social’”.

 

Como afirmó un periodista, Clinton sacrificó “un legado duradero cuando tuvo un affair con Lewinsky, la joven becaria de la Casa Blanca. Los demócratas liberales se oponían a estos cambios en las pensiones. Entonces, para obtener su apoyo y evitar el juicio político, Clinton pospuso el paquete de reformas”.

 

Tres asesores de Clinton, Douglas W. Elmendorf, Jeffrey B. Liebman y David W. Wilcox, escribieron un artículo confirmando que la posibilidad existió y que el juicio político la destruyó.

 

Así lo resumió Glenn Kessler en el diario The Washington Post:

 

“En 1998, el presidente Clinton y sus asesores económicos pasaron 18 meses discutiendo secretamente los elementos de un plan para agregar cuentas individuales al sistema de Seguridad Social, pero lo abandonaron cuando fue claro que el presidente enfrentaría un juicio político, como lo confirma un artículo de tres exfuncionarios del gobierno, que será presentado hoy en una conferencia en Harvard”.

 

Al igual que en una tragedia griega, este fracaso de Clinton puede ser explicado en términos de una debilidad fatal. Bill Clinton era un político muy talentoso y un hombre de notable inteligencia, pero no un estadista cuya primerísima  prioridad fuera dejar un legado histórico.

 

Clinton probó que no pertenecía a la “familia del león o la tribu del águila”, según las inmortales palabras de Abraham Lincoln.

 

Al viajar de vuelta toda la noche a mi país en esos primeros meses de 1999, comprendí que aunque la semilla se había plantado en Estados Unidos, ella no iba a brotar durante la presidencia de Clinton.

 

Y vinieron a mi memoria las palabras que Shakespeare le dio a Hamlet:

 

Benditos aquellos

Cuyo temperamento y juicio están tan bien combinados,

Que no son una flauta entre los dedos de la fortuna,

Dispuesta a sonar según ella guste.

Dame un hombre

Que no sea esclavo de sus pasiones y lo colocaré

En el centro de mi corazón;

sí, en el corazón de mi corazón.

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