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Tribuna

Economía y Sociedad № 100
Julio - Septiembre 2019

España en el corazón

Por Hermann Tertsch, periodista español, recién elegido diputado del Parlamento europeo (ABC, 8.5.19)

Dejo este inmenso privilegio que es ser columnista en ABC, como tantos de los grandes maestros del periodismo y la literatura española, para intentar adentrarme en el terreno de la política europea. Y será con la misma motivación de defender la verdad, la libertad y la cultura europea.

Dicen que los españoles nos despedimos mucho y no nos vamos nunca. Nos pasa cuando se dispersa un encuentro, una cena o una fiesta. Nos quedamos de charla junto a la puerta, porque nadie quiere irse el primero. Cuando se siente uno bien en un sitio, cuesta irse. Me pasa hoy aquí al despedirme de los lectores de ABC con emoción e inmensa gratitud. Tras doce años como columnista y muchos viajes de enviado especial, quiero pensar que solo interrumpo mi labor. Lo haré durante el mandato, si lo recibo el día 26, como diputado por España en el Parlamento Europeo en la lista de Vox.

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Ya echo de menos el deber vespertino de mis columnas, pero parto sin tristeza. Con ilusión y certeza de que la labor parlamentaria en defensa de España en Bruselas, en Estrasburgo y allá donde vaya, me compensará la ausencia. Y no dejaré de escribir. Haré una página en la red para que se puedan leer reflexiones y comentarios sobre la actualidad política y siempre en defensa del legado de ideas y valores que hicieron a Occidente la civilización más compasiva y próspera, laboriosa y eficaz, racional, espiritual y libre jamás habida.

Entro en la política porque me lo pidió mi amigo Santiago Abascal, a quien conozco desde que su padre y mi querida y recordada prima Loyola de Palacio hacían campaña por España y el Partido Popular por los pueblos vascos. Le he dicho que sí por varias razones. Porque España necesita más defensa interna y externa y creo poder ayudar a reforzarla. Porque será un inmenso privilegio poder trabajar con Vox y con su presidente, un hombre admirable que, con su autenticidad y humildad, su valor, franqueza y patriotismo, ha logrado ya una movilización histórica en la sociedad española, que tendrá profundos efectos a mediano plazo. En octubre pocos conocían el partido. Ahora ya está en el Congreso en el primer gran paso para acometer ese añorado golpe de timón que evite desastres temidos y abra las puertas a la esperanza. Desde hace años clamo por una reacción nacional contra quienes quieren destruir nuestra nación y patria. Sería injusto y reprobable que, ahora que surge este movimiento encarnado en Vox, no ponga a su disposición fuerza, conocimiento y compromiso.

Nadie crea que es un sacrificio. Lo asumo como un inmenso privilegio. Me apasiona el proceso histórico que se intuye ya en marcha en toda Europa.

Quiero ser útil para dar a España un mayor papel en la fascinante campaña política y cultural que se anuncia. Será nada menos que la reconquista del continente por los valores y principios de la civilización en Occidente. Tras décadas de ser perseguidos, ridiculizados y en gran parte olvidados bajo la despótica hegemonía cultural neomarxista. Que es la tiranía de lo barato, que pretende deconstruir nuestra civilización y acabar con la individualidad y el carácter sagrado de la persona. Una tiranía que crece sin parar desde aquel 1968 tan cuestionable que marca el Papa Benedicto XVI como origen de la desgracia. Es ese rodillo que amenaza con asfixiar toda libertad, de palabra, creencia y pensamiento, de debate, educación, investigación y transmisión de conocimiento.

Quiero participar en esa batalla cultural y en la defensa de los intereses de España en Europa. Que desde hace siglos pierde batallas sin merecerlo, por desidia o maltrato, por leyendas negras de dentro y fuera. España debe coprotagonizar la redefinición de un proyecto europeo realista y eficaz, del que ningún estado soberano quiera huir y en el que se respeten la identidad e intereses de todos.

Pero la razón fundamental de bajar a la arena política es que considero ya insufrible que España viva bajo el permanente cuestionamiento de su existencia como Nación y Estado. Es intolerable. Por mucho que la hegemonía mediática de la izquierda engañe al electorado. Los españoles tienen el derecho y el deber de imponer la legalidad e igualdad en todo su territorio con la normalidad que se sobreentiende en todos los demás países europeos.

En nuestro país, las elites han traicionado, una vez más, por egoísmo, codicia o indolencia, todos sus compromisos. Por enésima vez en la historia de España, no serán ellas quienes dirijan la defensa de la nación frente a sus enemigos. Quince años hace de la matanza de Atocha que, con la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero, quebró el sistema de convivencia política surgido de la transición. Desde entonces, el alineamiento del PSOE con todas las fuerzas que buscan su beneficio en la destrucción de España ha hecho inevitable el choque ideológico. Así, la revancha nos hace revivir fechas prebélicas y nos despoja del derecho a la verdad y de nuestra libertad. He escrito cientos de artículos y dos libros, «Líbelo contra la Secta» (2010) y «Días de Ira» (2015), sobre esta nueva tragedia española. Exponer la verdad siempre es caro. En España más. He sido buen pagador. Porque siempre he creído en el deber del hombre libre en el compromiso con la verdad histórica, la honradez intelectual y la mirada limpia al pasado y al prójimo.

Me crié en una familia en la que periodismo, política e historia lo impregnaban todo. Donde llegaba el ABC, después los otros diarios de Madrid, seguían los de provincias y, al anochecer, con los niños ya en pijama, la prensa alemana, austríaca, suiza, francesa, americana y británica.
Allí estaba la biblioteca de Viena en las siete lenguas que hablaba bien mi padre y alguna más que leía. Mi padre era la encarnación de la tragedia europea del siglo XX. Fue entre los millones de europeos seducidos por ideologías totalitarias, de los pocos que vieron el abismo de la culpa antes del colapso y de los contados que se rebelaron contra el monstruo aún devorando víctimas.

El 9 de abril de aquel 1945, días después de salir mi padre de Sachsenhausen, eran ahorcados en Flossenbürg el almirante Wilhelm Canaris y el pastor Dieter Bonhoeffer. Yo nacería ese día, 13 años después. La pista de Canaris había hecho caer a la Gestapo sobre mi padre. El mensaje de Bonhoeffer sería el que nos inculcaría hasta el final de una larga vida en la que siempre bendijo a Dios por el privilegio de sobrevivir al infierno y tener hijos a los que legar ese compromiso trascendente de gratitud.

La lucha contra las tiranías del comunismo y el nazismo por igual, la fe en la sacralidad del ser humano, el compromiso con la verdad y con los valores occidentales, son más que una vocación. Son un compromiso. Tan acuciantemente actual en España y Europa hoy como en el pasado siglo. Y el eje de todo lo que he pretendido y pretendo intelectual, profesional y personalmente, en ABC como en el Parlamento Europeo. Al final, como ven, la motivación es pura gratitud transformada. Motivación por gratitud a mi padre, a ABC y a la vida. Me despido feliz de todos Ustedes con las alforjas llenas de estos dos tesoros

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