El convento de las inocentes
Por William McGurn, periodista y escritor (The Wall Stret Journal, 23.12.19; Extracto)
Entre las órdenes religiosas, las Pequeñas Hermanas Discípulas del Cordero gozan de una singular distinción. Ellas existen para que “aquellas que están en el último lugar del mundo”, mujeres con síndrome de Down, “se conviertan en esposas de Cristo”. En las afueras de Le Blanc, en medio de la campiña francesa, este convento acepta los votos de monjas con síndrome de Down.
Las hermanas dedican sus vidas a lograr que sus monjas con síndrome de Down vivan en plenitud su vocación. Aún entre religiosas, la vida con personas con este síndrome no es toda dulzura. La diferencia es que estas mujeres toman esta inocencia natural, suavizan con amor sus aspectos difíciles e imperfectos, y la regalan de vuelta al mundo en una manera más sublime a través de la oración y el ejemplo.
La Orden fue fundada en 1985 con una comunidad inicial de dos: la madre Line, actualmente la priora del convento, y la hermana Véronique, quien tenía la vocación religiosa pero no encontró una orden que la aceptara debido a su síndrome. Hoy son 10 hermanas, ocho de ellas con el síndrome.
“Las caras sonrientes de nuestras pequeñas hermanas con el síndrome son un potente mensaje de esperanza para muchas familias con esa herida”, dice la madre Line. Y añade, “nuestra pequeñez es el motor para alcanzar las más altas cumbres del espíritu: amar y ser amado”.
La madre Line pide orar para que jóvenes en la plenitud de sus facultades consideren dedicar su vida a la Orden.
Soy un fanático de los videos que muestran a un equipo de basketball que deja a un niño con síndrome jugar hasta que logre embocar el balón; y de aquellos que muestran a una niña Down radiante de alegría porque ha sido elegida reina del colegio. Hasta los más llenos de sí mismos reconocen, y quizá envidian, la especial alegría reservada a los puros de corazón.
Esto es lo que cada día contemplan las Hermanas. En el mundo exterior al convento, la inocencia puede ser descartada como simple ignorancia o ingenuidad. Dentro del convento, las monjas eligen exaltar la inocencia -y la confianza y el amor incondicional que ella supone- como un ejemplo de cómo deberíamos convivir entre nosotros.
En la novela “Los bufones de Dios” de Morris West, Cristo regresa a la tierra donde las personas tienen dificultades para reconocerlo. En algún momento, él va a un colegio para niños con síndrome de Down y escoge a una pequeña. “Sé lo que están pensando”, dice Cristo. “Ustedes necesitan una señal. ¿Qué mejor señal sería sanar a esta pequeña para convertirla en una nueva persona? Podría hacerlo, pero no lo haré. Le dí a ella un regalo que les negué a ustedes: la inocencia eterna. Para ustedes ella se ve defectuosa, pero para mí es perfecta”.
Y continúa Cristo con este mensaje para todos: “Ella es indispensable para ustedes. Evoca sentimientos de amor que los mantendrá humanos. Su enfermedad los incentivará a ser agradecidos por vuestra buena suerte. Esta pequeña es mi signo para ustedes. Adórenla!”.