Economía y Sociedad № 103
Abril - Junio 2020
De zapatero a inversionista
Por Jorge Acharán, Master en Finanzas, Universidad de Chile
Nací en 1969 en la Población Joaquín Edwards Bello de la comuna de San Joaquín. Crecí entre el cuero y la suela de los zapatos que mi papá confeccionaba en su fábrica que, después de varias quiebras y embargos, terminó en un taller. Mis padres no pudieron terminar sus estudios y era importante para ellos que los cinco hermanos sí lo hiciéramos. Tuvimos épocas de cierta abundancia y otras en que sufrimos hambre.
Entre 5º y 8º básico, asistí a la Escuela Nº 140 Tomás Moro en San Miguel. Todos los años fui el mejor alumno y mejor compañero. Al comenzar 1º medio, mis papás me cambiaron al Liceo Manuel Barros Borgoño en la calle San Diego.
En 4º medio, tenía miedo a la universidad, porque pensaba que era para personas con más recursos. Así que dejé de ir a clases. Para que mis papás no se dieran cuenta, salía de la casa a la hora de siempre, tomaba la Matadero Palma pero, en lugar de bajarme en el colegio, seguía hasta el terminal, al final de Recoleta. De ahí caminaba varias horas de vuelta a mi casa. Pasaron varios meses con esta rutina. Un día entré al colegio, me senté, pasaron lista, pero la profesora no me nombró. Cuando le pregunté por qué, me dijo que hablara con el Director. Al entrar a su oficina supe que me habían expulsado por inasistencia. Aterrado, tuve que enfrentar a mis papás y contarles la verdad. Sentí mucha culpa porque era el orgullo y la esperanza de mis papás.
Era 1988. Me fui a San Vivente de Tagua-Tagua a trabajar en el taller de zapatería de mi papá. En las noches terminé cuarto medio. Obtuve el primer lugar. Me llamaron al Servicio Militar en el regimiento de Infantería Carampagne en Iquique. Estuve un año y medio en el Ejército. Fue una muy buena experiencia de mi vida.
Al regresar, en octubre de 1990, ingresé a la Mutual de Seguridad como auxiliar de servicios. Aseaba los pisos y limpiaba las ventanas del hospital. Me cambiaron a administración donde también me desempeñaba como junior. Pero yo aspiraba a estudiar. Me gustaban los números. Hablé con mi jefe, el mayordomo, para ajustar mis turnos y dejar las noches libres para estudiar. Así, a los 21 años, comencé Técnico en Administración de Empresas en el Centro de Formación Técnica (CFT) Simón Bolívar donde, después de estudiar dos años en los trayectos en el metro, me gradué primero de la generación.
Mientras asistía a clases, me ascendieron a Recursos Humanos. La Mutual me patrocinó con una beca para estudiar Ingeniería Comercial en la Universidad Finis Terrae que, junto al CFT Simón Bolívar, fue creada gracias al nuevo modelo de educación superior privada. Además, me gané la beca Presidente de la República y la beca al mérito por calificaciones.
Conocí a mi señora en la Mutual. Pololeábamos los sábados de los 5 años que duró la carrera. Trabajaba de día en la Mutual hasta las 18 horas, tenía clases en la noche hasta las 22 y estudiaba en la casa hasta las 3 de la madrugada. Los domingos recuperaba sueño, o estudiaba si tenía alguna prueba importante. Al terminar la carrera nos casamos y tuvimos a nuestro único hijo.
Me había formado en recursos humanos pero me gustaban las finanzas. Me retiré de la Mutual para estudiar. Un amigo académico me comentó que la Universidad de Chile impartiría un Magíster en Finanzas nocturno. El primero en Chile. Postulé, me aceptaron y en un año y medio me gradué.
Partí haciendo clases. A través de Laborum, me contactaron de Ifincorp que administraba un Fondo de Inversiones. Empecé como analista y terminé como gerente. Hoy continúo dictando cursos en la universidad. También asesoro a empresas que quieren reestructurar su deuda, buscar socios para crecer, vender o comprar.
Visito permanentemente a mis papás que ahora viven en Maipú. Felices de que he cumplido mis sueños. Agradezco a mis padres por lo que soy y los admiro por los sacrificios que hicieron. Agradezco también las oportunidades de educación que el modelo me ofreció. Lo que mis padres no tuvieron.