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Hijos del Modelo

Economía y Sociedad № 103
Abril - Junio 2020

De ultraizquierdista a libertario

Por Luis Alberto Ahumada, cientista político y miembro del Instituto Cato, Washington D.C.

Сrecí en una familia de clase media. Mis padres, con mucho esfuerzo, consiguieron que todos sus hijos estudiásemos en el Colegio Manquehue en Vitacura. En mi familia no se hablaba de política, y tampoco las clases de historia y educación cívica despertaban en mí algún interés en esos asuntos. Ya en la adolescencia, poseía escaso o nulo conocimiento sobre la historia reciente de Chile. Menos sabía de instituciones políticas o de economía.

No fue hasta el movimiento estudiantil de 2011, a mis 17 años, que me interesó el acontecer político. Camila Vallejo, con su carisma y buen look, me atrajo mucho. La causa por una “educación pública, gratuita y de calidad” me parecía razonable, urgente y justa.

Comencé a leer las noticias relacionadas, convencí a mis amigos de Las Condes que había que asistir a las marchas para “solidarizar con la causa” y enfrentaba a mis padres sobre el camino que debía seguir Chile para combatir la desigualdad, el lucro en la educación y otros supuestos problemas que aún son caballos de batalla de la izquierda.

Con la postulación a la universidad a la vuelta de la esquina, en 2012, entre mucha confusión, desconocimiento de las distintas carreras y un mediocre desempeño en la PSU, decidí estudiar Ciencia Política en la Universidad Diego Portales (UDP).

En la UDP, la gran mayoría de los profesores eran de izquierda y algunos de izquierda radical. Mis compañeros eran casi todos de izquierda.

Profundicé en estas ideas cada vez más. Forjé lazos directos con profesores de izquierda, conocí personalmente al precandidato presidencial Marcel Claude y colaboré para que él visitara la universidad durante su campaña. También asistía a marchas estudiantiles, con un ánimo cada vez más vociferante y decidido. Defendía el discurso de izquierda con una seguridad y convicción que jamás había tenido.

Luego de un buen desempeño académico, un profesor me ofreció la ayudantía de cátedra de “Teoría Política Contemporánea”. Allí profundicé en autores posmarxistas y posmodernos como Gramsci, Foucault, Althusser, Laclau y la Escuela de Frankfurt. No me percaté, hasta años después, de que en ese curso obligatorio el 90% del contenido era teoría política de izquierda marxista, y solo en la última clase, cuando ya su contenido no sería evaluado en el examen, revisamos las ideas sobre una sociedad libre de Hayek y Rawls.

 

Con 21 años, en tercer año de universidad, era un mamerto total. Estaba completamente convencido que Chile necesitaba más Estado, más “derechos sociales” y más impuestos a los ricos.

Hacia mediados de mis estudios conocí a Nicolás Pavéz, que había vivido en San Francisco, Estados Unidos, y que entendía bien el ideario de la sociedad libre legada por los Padres Fundadores de ese país.

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Nicolás me desafió intelectualmente con preguntas difíciles. Por ejemplo, cómo pensaba yo que un sistema de reparto para las pensiones se financiaría, si en los países en que existe está quebrado, debido a los cambios demográficos, por los cuales hay cada vez menos trabajadores activos por cada jubilado, y al aumento en la expectativa de vida. Me quedaba pensativo y, antes de contestar, buscaba en libros y en YouTube, posibles respuestas.

Pero yo creía en la razón, en los datos duros, en la evidencia. En mi búsqueda descubrí que todo indicaba que las políticas socialistas habían fracasado en desarrollar países en todo el mundo. Yo no quería vivir con la mentira. Y poco a poco fui adquiriendo la convicción de que la derrota de la pobreza y el desarrollo económico solo se lograrían con libertad económica, mercados libres y con incentivos al esfuerzo individual.

Estudiando las grandes innovaciones tecnológicas desde Newton y Galileo, hasta Steve Jobs y Elon Musk, se me hizo evidente que el progreso de la humanidad no deriva de un Estado benefactor sino de una sociedad libre y dinámica que potencia a los creadores, a los que empujan los límites de lo posible.

También viajé por países latinoamericanos con sistemas socialistas donde vi la pobreza y la desesperanza frente al progreso.

La idea de la humildad que mi familia me había inculcado desde pequeño, me calzó muy bien con las ideas de la libertad que reconocen no saberlo todo y dejan a los sistemas libres decidir, en fuerte contrapunto a los sistemas socialistas que endiosan al Estado con facultades omnipotentes como si todo lo supiera.

Mi conversión se hacía ineludible. Desde un fanatismo izquierdista que se dejó seducir por personalidades atractivas y pasiones redistributivas, hacia una actitud más racional y realista, basada en resultados concretos y no en utopías opresoras.


Con Nicolás postulamos a un curso de verano de la Fundación para el Progreso. Nos rechazaron. Pero fue tal nuestra insistencia que, finalmente, nos admitieron. Allí me sumergí en las lecturas y enseñanzas de los pensadores de la libertad. Allí terminó de morir el mamerto.

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Pero necesitaba formarme. Ya recibido de cientista político, en 2015, con un campo laboral muy acotado, postulé a trabajar de noche en el hotel Loreto, en Recoleta, un hotel boutique de solo 7 habitaciones a los que llegaba muy poca gente. Así tenía comida gratis y mucho tiempo para leer y profundizar. También para estudiar, gratuitamente, cursos online de ciencia de datos y programación en Coursera, plataforma creada por la Universidad de Stanford.

Un día me llegó un mail masivo en el que al pie de página se abrían postulaciones para una pasantía en el Instituto Cato en Washington D.C., el think tank de pensamiento económico liberal más influyente del mundo. Postulé online y fui aceptado por tres meses. Ya en Cato, les propuse optimizar la estrategia digital y el uso de datos, que había aprendido en  mis cursos gratis online de Coursera, para aumentar la efectividad de los mensajes de Cato a su audiencia en todo el mundo. La idea fue aceptada y ya completaré 4 años trabajando full-time en el Instituto Cato. Con vista a Massachusetts Avenue, testigo mudo del desarrollo de un gran país, promuevo con tecnología digital las ideas de libertad en todo el mundo.

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