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Hijos del Modelo

Economía y Sociedad № 102
Enero - Marzo 2020

De micrero a profesor

Por Francisco Castañeda, doctor en Geografía Económica y master en Economía, Birmingham University

Nací en Conchalí. Mi infancia estuvo rodeada del rugir de motores de una micro. Mi papá aprendió de mi abuelo todo lo relacionado con ella. La manejaba y la arreglaba el mismo, incluso en Navidad y Año Nuevo. La micro era el sustento de nuestra familia de seis hermanos. 

Era la Ovalle Negrete, hoy la 102. Me gustaba irme sentado al lado de él. Me acuerdo del recorrido completo: Juanita Aguirre -en el antiguo Conchalí-, Independencia, Teatinos, Nataniel, Gran Avenida hasta el paradero 31, Los Morros, Lo Martínez, Gabriela, Cuatro Esquinas, San Ricardo y La Pintana. Cuando cumplí 12 años, mi papá me dejó cortar los boletos. En las mañanas asistía al Liceo Ignacio Carrera Pinto, ubicado en Avenida La Paz, comuna de Independencia.  Tercero y cuarto medio los terminé en el Liceo Confederación Suiza en la Avenida 10 de julio, comuna de Santiago. Fui el mejor alumno del colegio.

Rendí la PSU e ingresé a ingeniería comercial en la Universidad de Chile. Era el primero de la familia en estudiar en la universidad. La carrera la financié con el CAE que después pagué durante 12 años en cuotas de 5% de mi remuneración. 

A los 19 años, en segundo año de ingeniería comercial, comencé a manejar la micro de mi papá.  Salía a las dos de la tarde de lunes a jueves y manejaba hasta las dos de la madrugada; el viernes, hasta las cinco; y, el sábado, hasta las siete de la mañana. El 15% de cada boleto cortado que ganaba me permitía hacer lo que me gustaba: comprar libros de historia, estudiar alemán en el Goethe e ir al cine Normandie.

Al principio me mareaba. Manejando la micro descubrí el mundo de la noche, de la delincuencia y de la gente que trabaja hasta la madrugada. De repente subía gente con la cara cortada, igual que en las películas de Tarantino, y tenía que llevarla urgente a la posta. Era un mundo con otros códigos.

Siendo micrero aprendí que la vida es muy frágil. En una ocasión, cuatro tipos que venían en la micro asaltaron a todos los pasajeros, gente pobre, y me pusieron una pistola en la cabeza. Yo tenía amigos micreros que habían muerto en asaltos, así que les entregué todo lo que había ganado. Ese día me rendí. Regresé a la casa y le entregué las llaves a mi papá. Para mi sorpresa, pese al evidente peligro que corría mi vida, mi papá me las devolvió enojado y me instó a perseverar y a no abandonar a la primera dificultad. Fue una sabia lección.

El 2000 me fui a Inglaterra a estudiar un Master en Economía y Finanzas en la Universidad de Birmingham. Esa vez me fueron a dejar al aeropuerto en una micro, con carteles, y todos lloraban como si me hubiese muerto. Era el primero de la familia que viajaba al extranjero.

Pero nunca olvidé de donde venía. Siempre en mi currículum dice: “Micrero en honor a mi amada madre”. Al regresar de Inglaterra, me incorporé a la Universidad Andrés Bello donde desarrollé los Magister en regiones para que más personas que no pueden viajar a Santiago pudieran estudiar. Posteriormente, como Vicedecano de Docencia de la Universidad de Santiago, creé un programa de acceso integral (PAI) para jóvenes con problemas emocionales y de aprendizaje. 

Manejar micros plasmó mi personalidad. Aprendí del esfuerzo de mis padres. Aprendí a tomar riesgos, conocí la generosidad de la gente que gana el mínimo y que la asaltan en las poblaciones. Aprendí más de la vida en las micros que en la universidad. Aprendí a aprovechar las oportunidades que el modelo de libre mercado me otorgó, al igual que a cientos de miles de jóvenes que son primera generación que estudia en la universidad.

En 2015 me doctoré en Geografía Económica y he dictado clases y conferencias en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia, Austria y Costa Rica, entre muchos otros. Nunca pensé que iba viajar así. Ahora tengo más millas en avión que kilómetros en micro. Pero todas las semanas vuelvo a Conchalí para visitar a mi padre.

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