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Tribuna

Economía y Sociedad № 109

Octubre - Diciembre 2021

Cobre y energía, pilares del futuro

Por Manuel Cruzat Valdés, economista y MBA de la Universidad de Chicago

Quizá nunca antes en su historia, Chile fue bendecido con dos tendencias simultáneas tan positivas como ahora: el alza de los precios del cobre y el descenso de los precios de la energía, ambas con fundamentos estructurales sólidos. Chile produce 5,8 millones de toneladas de cobre anual que, al precio actual, equivale a $50.000 millones de dólares en exportaciones. El 75% de la energía primaria en la forma de petróleo, carbón y gas natural, es importada; y el 25% restante proviene de fuentes renovables internas como la hidroelectricidad, la solar y la eólica.

Para un presupuesto fiscal sin pandemia de $80.000 millones de dólares, la contribución de los impuestos de la minería sería sustancial por un monto de $10.000 millones, además del impacto económico en los extensos encadenamientos de proveedores de la industria.

En los últimos 10 años, Chile ha reducido a la mitad sus importaciones de energía. Y este es solo el comienzo. En 2011, cuando el precio promedio del petróleo era, en dólares actuales, de $125 dólares el barril, Chile importaba $20.700 millones de dólares; en 2020, el valor de las importaciones de energía se redujo a $7.500 millones.

La caída en los costos de inversión en energías renovables, especialmente la solar, aceleró la electrificación, más allá de la electromovilidad, la cual requiere un mayor consumo de cobre. Como existen restricciones ambientales, regulatorias y políticas a una rápida expansión de la producción de cobre para satisfacer esta demanda, el precio del cobre se estabilizará en torno a $10.000 dólares por tonelada (4,5 dólares por libra) por un largo tiempo.  

Respecto de los precios, hay plantas fotovoltaicas en Saudi Arabia que han firmado contratos de energía por $10 dólares el MWh. A estos bajísimos precios no es posible que compitan los precios de la energía derivada del petróleo, del carbón o del gas natural. Así, hoy estamos presenciando el peak del consumo de petróleo en el mundo, el 70% del cual se utiliza en el transporte, cuyo consumo se reducirá progresivamente. Los desarrollos tecnológicos de las baterías están ya suficientemente avanzados como para conservar energía para liberarla en aquellos momentos del día en que no hay producción fotovoltaica. Y el norte de Chile posee la mayor radiación solar del mundo.

El avance tecnológico de la desalinización de agua de mar ha reducido los costos de inversión.  A su vez, la reducción de los precios de la energía ha disminuido también el costo de operación, en un proceso que es intensivo en energía. En Israel, con una capacidad de 600 millones de m3 anuales, el año pasado licitó una nueva planta de desalinización con capacidad para 200 millones de m3 por solo 0,41 dólares por m3, la mitad del costo de una planta equivalente 10 años antes.

Chile tiene una capacidad de 200 millones de m3 anuales, asociada principalmente a proveer de agua a operaciones mineras y a ciudades como Antofagasta y Mejillones. El avance de la desalinización en Chile permitirá sustituir aguas continentales que podrían escasear por agua de mar potable, garantizando así la disponibilidad permanente de agua para consumo humano, industrial y agrícola.  

El actual consumo de energía primaria de Chile, incluida la demanda residencial, industrial y de transporte, que alcanza a 450 millones de MWh, podría teóricamente sustituirse por plantas fotovoltaicas que aumente su capacidad desde el actual 28 GW a 170 GW, emplazadas en un área de 60 x 60 kilómetros. Hoy es posible imaginar que en el futuro el costo total de la energía eléctrica, incluidos los costos de transmisión y distribución, alcance los $10 dólares por KWh o menos, con lo cual el gasto en energía se reduciría a solo $4.500 millones de dólares anuales, un monto irrelevante en relación al PIB.

Sería imperdonable que los dirigentes del país desperdiciaran esta oportunidad única.

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